Insurrección en la tierra

Érase muchas veces una palmera que anhelaba dejarse llevar por el viento. No ya poner sus palmas a su merced, en un desgarrado y placentero oleaje. Tampoco le valía ya dejar a su voluntad la inclinación irreal y tortuosa de su mismo doblegado tronco. Érase muchas veces, pues, que la rebeldía de esta palmera le llevaba a desear un sometimiento completo a una fuerza exterior, impredecible y sorprendente. A querer aprender a bailar en el aire sin conocer los pasos, sin la tierra como punto de referencia. Verse obligada a crear un sentido nuevo a cada ahora gracias a la falta de coherencia propia. Perder no sólo el norte, sino la brújula. A la sabiduría de esta palmera le apetecía entender bien sólo una cosa: que guardar la posibilidad de volver significa no haber salido.

Y una vez sintió una fuerza que no era el reconocible viento. Y así érase una vez que una palmera se enamoró de un huracán.