Principio

¿Flechazo? No lo sé. Sé que nunca antes había sentido lo mismo. Un hormigueo desestabilizador entre las vísceras, látidos acelerados, calor súbito, la piel en vibración y la lengua y autoestima anudadas.


La sensación de estar viva aumentada por el vértigo de la vulnerabilidad. El deseo intenso de aterrizar en ti, si me lo pides. Pedírtelo yo no, a lo sumo insinuártelo, para no delatarme como rendida menudencia. Tantas sensaciones con una causa tan sólida, tan tangible, tan de carne como de hueso, tan de venas que bombean vida.


Nos conocimos, pero más por fuera que por dentro. Más la superficie, nuestro olor y sudor, que nuestro mundo. Me faltaba la seguridad para conocernos de otro modo, para desentrañar tu identidad necesitaba una propia que no encontraba. Por primera vez quería rendir y pedir cuentas, cuentas y cuentos: quién eras, qué soñabas, de qué tenías miedo. Pero temía la desnudez de una radiografía emocional.


No sabiendo confiar y dejarme caer en tus brazos, presté oídos a los demás, a los chismosos, los cizañeros: “es un mujeriego, no se entrega a nadie”. Y al veneno interesado de la víbora que me quería presa: “Te hará daño, no te enamores”.


El miedo ante mi descontrol emocional me paralizaba. Yo no te besaba, no te abrazaba, tú lo hacías. Y ante mi mutismo eras tú quien me llamaba. Desubicado, me pediste agencia y por el miedo más fuerte de perderte te llamé, y viniste, pero trivialicé el asunto. Tu último aviso: solo pedías mi iniciativa en un beso. Y aunque anhelaba dártelo, mi avidez por tus labios me perturbaba, me desinflé en una charla nonadina. Y te fuiste.


Peor que sola, me quedé con tu recuerdo. No me cabía tanta rabia, tantas ganas de abrazar en la quietud de mis manos, limitadas a acariciar torpemente el lápiz, la mesa, la jarra.


Entonces, la víbora al acecho me encontró. No eras tú, era alguien insignificante, me hacía sentir menos cobarde. Quería algo de mi y con torpeza delatora, pero con tenacidad, me tendía su red, viéndose terriblemente humano, vulnerable, un balbuceo de artimañas. Y con la autoestima erosionada por el desbarajuste emocional que arrastraba me dejé llevar. Mi indiferencia por él me hacía sentir fuerte, afirmada, yo.


Me dejé llevar sin saber dónde y resultó ser un hotel de carretera. Un gran aparcamiento lleno de cortinas en vez de coches, los coches detrás, agazapados, humillados por el comportamiento de sus dueños. Allí esperamos a que alguien aparcara nuestro cuerpo del delito detrás de una tela tupida. Y a la señal de que no había riesgo de encontrar un alma en el pasillo salimos. En la habitación con baño, pequeña pero llena de espejos, había una bañera desproporcionada.


No me tocaba, no me creía a su lado, pero qué me importaba, tenía un millón de besos, huérfanos de ti, que me quemaban, y se los di a él, grandes y chicos, cubriéndole el cuerpo. Él no me creía tocándole, así que no era capaz de hacer nada conmigo, pero y qué. Yo ya había soltado mi carga y me sentía liviana. Todas esas muestras de afecto contenidas en las puntas de los dedos pesaban demasiado y al deshacerme sentí agradecimiento, ganas de sonreír y de dormir. De divertirme con la extravagancia de una situación que no significaba nada.


Nada para mí, pero a él una tipa se le había lanzado con una bomba de cariño acumulado y ahora no sabía que hacer. E hizo un poema que me entregó al día siguiente junto con la promesa que yo ni pedía ni quería de que dejaría a su mujer. Me conmovía su vulnerabilidad y su gesto, que veía inútiles pero no lo eran, porque yo seguía sin saber donde depositar los besos que no era capaz de darte a ti. Y como él siempre estaba cerca para que le cayeran, le acababan lloviendo.


Dejó a su mujer y yo acabé derramándome donde mis besos, y compramos una casa con cama de matrimonio donde yo lloraba sin razón aparente cada tarde cuando me quedaba sola. Le acabé dejando. Por sentir culpa, me quedé una casa demasiado grande, me intuía manipulada, pero no lo vivía así.


Ahora vuelvo a estar sola, en una casa desproporcionada, y vuelvo a no saber donde dejar mis besos. No sabiendo cómo llegarte, no te busco. Más me dejo encontrar por quien sea que me busque, incluso si solo anda a la caza de una presa.