O, B, D, C.

Se acerca Carnaval y las profesoras de ciclo infantil estamos pintando unas lechuzas que complementan nuestros disfraces. Yo, al ver la caja de colores me emociono y elijo los más bonitos, naranja, verde, azul... Estoy pintando de lo más contenta cuando una profesora me señala y llama la atención de las demás:
- ¡Mirad, ja, ja, ja! ¡En vez de una lechuza parece un loro! ¡Pinta como una criatura!
- ¡Ja, ja! ¡Fíjate! ¡Cual menor con problemas! ¡Que las lechuzas son marrones!
Y yo, humillada, me recrimino duramente el no haberme fijado, antes de decidir mis colores, en los de ellas. Si en vez de elegir mis colores pensando en el Carnaval y la fantasía, me hubiera limitado a imitarlas a ellas, ahora no estaría tan avergonzada, no me sentiría tan estúpida.

Y éste es el sistema educativo que todos seguimos, la censura virulenta de nuestra capacidad creativa. No es que se estén enseñando los colores, la criatura que pinta su gallina azul ya sabe que no existen las gallinas azules. Y por eso se le recrimina con acritud, es una ignorancia de las reglas, y no de los colores de la naturaleza. Lo que no ha aprendido es que antes de pensar por sí mismo, de crear, decidir o elegir una solución, ha de esperar sin adelantarse a recibir un modelo ya establecido, unas reglas, un estándar, y una vez se le da, seguirlo sin salirse de los márgenes. Que se le supone inteligente cuando sigue a la maestra sin cuestionar los límites.

Si a mi, una adulta, me afectó así ¿cómo se siente una criatura, insegura de sus capacidades, cuando este trato es continuo? ¿Educamos en busca de personas con recursos, críticas, capaces de pensar por sí mismas, con autoestima? ¿O buscamos buenas asimiladoras de lo que hay, sin arriesgar a intentar mejorarlo, buenas consumidoras, buenas empleadas, buenas votantes, que acepten el modelo sin rechistar? Y si los cerdos son rosas, olvídate de pintar tu cerdo del color que quieras, ni se te ocurra, limítate al rosa.